Cómo es lo nuevo de Daft Punk, Random Access Memories
El dúo francés Daft Punk ayudo a sentar las bases de la escena actual de la música dance, que ha copado Coachella y que es capaz de hacer vibrar estadios enteros. Su nuevo disco es por lejos el set de música electrónica más esperado del año. El único problema es que lo que hacen casi no parece música electrónica. Random Access Memories está lleno de momentos bizarros: Julian Casablancas entrega quizá la interpretación más emotiva de su carrera a través de la bruma de un vocoder; Giorgio Moroder, el padrino del dance, se pone nostálgico en una epopeya que mezcla electro, jazz y funk; Paul Williams, el gurú cursi del pop («We’ve Only Just Begun»), se pone en la piel de un androide necesitado de amor en una fantasía disco. Y además el combo viene completo: más de setenta minutos de un disco conceptual exagerado de rock progresivo, con música electrónica de ingeniería inversa que oscila entreDark Side of the Moon de Pink Floyd y That’s the Way of the World de Earth, Wind & Fire.
Han recorrido un largo camino desde Homework, el disco debut de 1997 en el que Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem-Christo perfeccionaron una electrónica de sintetizadores y samples que resucitó la música disco europea e inspiró a artistas como Kanye West y Swedish House Mafia. Pero corrió mucha agua bajo el puente desde entonces: la música electrónica devino megapop, y Daft Punk, luego de una gira de estadios en 2007, se replegó en Los Angeles para volver a pensar su plan de acción. Random Access Memories refleja todo esto. Al igual que esos ex fumadores que se vuelven militantes del aire puro, Daft Punk se mostró desdeñoso con la música electrónica en los medios y, sin abandonar sus personajes robóticos a lo Kiss, sacaron un disco grabado casi por completo con instrumentos en vivo. Su genialidad es muchas veces irrefutable: como cuando el ritmo de guitarra exquisitamente funky de Nile Rodgers titila en «Get Lucky» y en «Lose Yourself to Dance», o cuando los grandes maestros del estudio como Omar Hakim y John «JR» Robinson crean breakbeats sublimes usando aparentemente palillos de batería en vez de disparadores de loops. (Ver el delirio prog-rock de «Contact».)
También hay un relato que recorre el disco, aunque, según la tradición de los discos conceptuales, es un poco vago. Las voces procesadas revelan sugerencias de robots que se esfuerzan por ser humanos: más o menos la historia nuestra de cada día. En «Touch», Williams le opone una letra dramática a un estribillo cibernético, como si se tratara de un final alternativo para la confrontación entre Dave Bowman y la computadora HAL en 2001: Odisea del espacio. Es completamente ridículo, pero también absolutamente hermoso y conmovedor, como la mayor parte del disco. Las letras rozan lo banal; la producción a la antigua es un poco una mandada de parte, pero se siente el espíritu creativo. Los gestos de fusión con el jazz evocan tanto la historia exultante de la música disco como las canciones grasas de la música ambiental. La ausencia de ritmos electrónicos modernos es llamativa. No es un disco para los fanáticos del festival Electric Daisy Carnival. Pero tal vez ése sea el meollo de la cuestión: como si se tratara del «Retrato de un artista fiestero ya maduro», Daft Punk evoca la era musical que los inspiró en sus orígenes, cuando la música disco conquistó el mundo con grooves artesanales y emociones aumentadas por el rock progresivo en habitaciones con luces ultravioletas. Por momentos, el disco es víctima de sus propias ambiciones. Pero no sería un viaje tan impresionante si hubiese apuntado a menos.