Colombia en el idilio Petro: la eclosión de un Pueblo en la República Señorial

El efecto idílico de una victoria plural, sabrosa y evidentísima en la figura de Francia Marquez, unificó un conjunto de disposiciones políticas en torno a una sensibilidad común, y añorada por décadas en esta Colombia de tan duras diferencias. Después de una victoria épica del progresismo, afloran ahora las contradicciones y contrastes sobre el futuro y la calidad de vida deseada entre los colombianos.
Diré una verdad que no sé a donde lleve, pero si Jaime Garzón se hubiera propuesto ser presidente lo hubiera logrado. Quizá no habitaríamos ahora el país de la sabrosura, sino el de la infatigable risa y la satírica ternura que le hizo tanto contraste a la mano dura. Admito que prefiero la risa de Garzón y en ese sentido la historia me debe el derecho de haberlo elegido, aunque no puedo saber si de veras hubiera sido la mejor elección para el país -o para la patria-. A quien lo mando matar, le quiero decir con cariño que es un genocida de la alegría ¡Malparido!
Elegí a Petro y a Francia por su sabrosura, y por su sinceridad tan evidente. Me pregunto de dónde sacó Petro la idea de usar el gesto del corazón con las manos como símbolo de la campaña, aún me conmueve, y también lo hace el alivio que trajo la respuesta del electorado colombiano. Pero mi mente inmediatamente se ha proyectado a los nuevos problemas, no a los viejos, agotados y ya sin sueños ¿Cómo puede ser imaginado un problema sin sueños, sin preocupaciones, sin ansiedad? No sería tal entonces. ¡Todo regalao¡ ¡Relocos papi, relocos!
La ironía de haber crecido como opositor y ahora procurar el diálogo con los nuevos opositores se ha perdido un poco entre el idilio y la inercia del momento. El campo de la imaginación política se está expandiendo, las estrechas mentalidades políticas por un momento se hallan ante una bifurcación en sus inercias, la disposición colectiva cambia en un momento fulgurante de pluralidad, algunos relatos resentidos se hacen disonantes, el diálogo y la deliberación pública encauzan el sentido común, el escepticismo latente se permite la duda ante la incertidumbre de las verdades posibles ¿lograremos todas las reformas? ¿para qué carajo un Acuerdo Nacional? Los ánimos se refrescan entre nuevos líos, más mundanos y políticos que la filosofía que les subyace.
Ahora caben Pueblo y Nación en la misma República; al menos como disposición común, pues la materialidad de las desigualdades en la calidad de vida permanece intacta. Francia será la clave en ello, y por eso su elección es tremendamente telúrica. Muchos votaron a Francia en la consulta de las coaliciones, debido a la inferencia obvia de que Petro ganaría la candidatura, y se debía escoger entonces la vicepresidencia. No hubo duda, una matriz de cambio de alrededor de 783.160 votos, mal que bien conscientes del juego de maniobras que implica la alianza popular con el progresismo, se expresó y se dispuso a ganar en contra del miedo y de la ansiedad que habían sido provocados por el trauma autoritario de nuestra democracia.
Diré otra verdad, aunque está sí lleva a un lugar determinado: a los pasados de este presente. Esta ‘coyuntura’ política es comparable en magnitud a la del proceso constituyente que devino en la Constitución de 1991. Es comparable en su maniobra a la Reelección de Santos. Acaso también en su significado, a la “Revolución de Medio Siglo” en la segunda mitad del XIX, incluso con una promesa similar a la de Petro sobre la Carta Magna: en palabras de uno de sus protagonistas, Salvador Camacho Roldán, la de ‘realizar en breve espacio todas las promesas no cumplidas de la Independencia’. Tambíen al gobierno de Lopez Pumarejo, e incluso al Frente Nacional el cual aunque excluyente, no obstante de relativo relajamiento en los niveles de violencia política. Sin embargo también es diferente a todas esas coyunturas por el protagonismo que tiene la pluralidad de nacionalidades que supone la inclusión de los pueblos indígenas y afrocolombianos, a través de la contingencia entre populismo (más afín a dicha pluralidad) y progresismo (más afín a la izquierda clásica).
La generosidad de Iván Duque al mostrarle a Petro la espada de Bolívar, desenvainada, la lábil postura de César Gaviria para aceptar lo que las mayorías de su partido ya habían aceptado, el afán intrépido de la bancada parlamentaria del Partido Conservador para declararse partido de Gobierno, así mismo hizo el Partido de la U; los mensajes de Fenalcarbón, Ecopetrol, etc; la inmediata respuesta amable de Rodolfo Hernandez a Petro, y del mismo Petro a Álvaro Uribe con una sorpresiva y grata respuesta de éste, todas movidas que parecen de otra realidad, no del acostumbrado hiper-surealismo mágico de la política colombiana.
El efecto del ‘idilio Petro’ tiene unas causas objetivas y otras subjetivas. Por una parte el alivio de haber terminado una campaña estresante para todas las bandas partidarias, no deja aún entrever que la campaña dio para escribir un manual de resolución de conflictos para diablos. Tanta palabra arrojada desde tantos frentes escondió lo que las más sabias sensibilidades lograron proteger durante esas airosas semanas: la sabrosura y la tranquilidad. Lo que Adriana Lizcano y Edson Velandia lograron entrever con su canción “El Amanecer”, y que lanzaron como bálsamo a pocos días de la ya tensísima segunda vuelta. Ese alivio logrado al realizar una terapia de pueblo en la segunda vuelta, dejó una sensación como de haber espantado un diablo; el mismísmo diablo que había estado incitando terror durante tantos años desde el ‘Uribato’: el pánico. Esta causa subjetiva inmediata influye en el idilio y con justa razón, pues logramos tremendo alivio con esa ‘limpia’* colectiva que nos dimos.
Por otra parte el idilio tiene una causa objetiva de largo plazo. Liderar el Gobierno con un mandato verdaderamente popular y ciudadano, sin imposturas, incluyendo a la negramenta, la indiada y la pobrería de Colombia representadas en Francia, quien con su mera presencia denota el clasismo de una República Señorial. Y no es para menos, hubo quienes esperaron esta victoria por décadas, otros incluso por siglos. La eclosión que representa este aspecto popular, la del populacho co-gobernando la República, trae como toda eclosión una serie de afloramientos aún no observados con suficiencia.
El reto es aún mayor incluso al del lema de la ONU de ‘no dejar a nadie atrás’, pues ni siquiera habíamos notado un atrás tan atrás; y no porque no fuera evidente, pues las desigualdades sociales bastante que lo han sido en Colombia, sino porque la desesperanza había vedado la posibilidad de que algo como la misma realidad fuera posible, reinaba la pos-verdad en la imaginación política, habíase nublado la posibilidad de que un proyecto popular alcanzara el gobierno. Falacia desesperanzadora ésta, del militarismo de izquierdas y derechas, el cual se había vuelto la alternativa inmediata para algunos de entre los ninguneados de la patria quienes no se resignaban a una mala vida en la cual la niñez sobreviviera durante meses sin probar un bocado de proteína, o un puñado de solidaridad; o simplemente sin recibir la responsabilidad pública, y muchas veces sin siquiera el cariño familiar o la calidez de la manada ¡Qué sociedad no se hace violenta así!
Diré otra verdad, esta en cambio retrotrae al cinismo escéptico que fue clave en las elecciones a pesar de que muchos políticos no lo notaron. Si Petro no ganaba, muy probablemente sí habría un estallido social. Pues ante una realidad tan desalmada como la asumida por las mayorías, ya no era soportable otro gobierno de derechas para muchos sectores; simplemente era redundar en la crueldad. Y la juventud fue consciente de ello.
Las cuatro generaciones que unen en términos generales esta coyuntura, los ‘baby boomers’, los ‘X’, ‘Millenials’, ‘Centenials’, todos grupos poblacionales significativos en el paisaje electoral -aunque no los únicos-, fueron configurando una suerte de sentido común cínico que cada vez se hizo más contestatario frente a los marcos sectarios heredados de la post-guerra. Pero en Colombia quedaba la sensación de que la Segunda Guerra Mundial no había acabado del todo. Quizá haya algo de eso en el mundo neoliberal, en forma de una suerte de revancha contra la teoría del valor, contra el marxismo, contra el trabajo como ordenador del valor -y no al contrario-.
Ese cinismo es además un efecto de la desigualdad y del cierre de los horizontes políticos, por lo cual las aspiraciones de las generaciones que fuimos heredándolo se estrechaban cada vez más. Por nuestra parte los milenials hemos sido bastante cínicos; algo de eso se hace evidente en la hegemonía de la cultura Pop, más allegada al ‘mainstream’, pero también en la cultura Hip-Hop, más contestataria y plenamente escéptica de la institucionalidad Señorial. Mi generación y los ‘centenials’ nos aventamos a recuperar la esperanza sin los eufemismos que caracterizaron a la generación ‘X’. Característica ésta que le dio viabilidad a Rodolfo Hernandez, quien con su lenguaje desnudo logró atraer y sorprender, lo que paradójicamente cubrió la desnudez del emperador aunque con Lacoste.
La característica represiva de nuestra democracia que señala bien Francisco Gutierrez Sanin, hemos querido resolverla con algo de ese cinismo escéptico, al descubrir ya hace años que la ‘vía armada’ es en realidad un entrampamiento, y que la democracia represiva a que nos acostumbraron aun con momentos de relativos intentos de paz incompleta (incluyendo el Frente Nacional), está chantajeada por el pánico militarista ¡Vaya paradoja! Los desesperanzados de todas las generaciones, entonces, alimentamos la esperanza, no fue la esperanza la que nos alimentó. Sino la resolución de vivir mejor, sabrosito. Ahí vamos.
Diré una última verdad y esta allega una polémica con la izquierda más conservadora en sus tácticas políticas. La bandera no era la corrupción, no era la esperanza, no era el pánico !Era la vida¡ Siempre lo fue, pues se trataba de aglutinar la esperanza de una mejor calidad de vida, sin ‘dejar a nadie atrás’, y no meramente de conectar las demandas sociales a través de un mismo significante en disputa: la corrupción, la cual es apenas una exigencia mínima. De hecho no debería ni siquiera reclamarse en una República Democrática. No obstante una situación tan verrionda como la de la pobrería colombiana, requería una promesa material, más substancial, la cual redundara en la cotidianidad y no meramente en las aspiraciones utópicas o distópicas de futuro.
Viniendo desde abajo, y avanzando algunos estratos a lo largo de dos décadas, sé que la gente es consciente del poder que la oprime, no tanto del poder que constituye como sujeto participativo. Por eso la esperanza era importante, pero tampoco era la bandera, pues ello sería como tomar el efecto por la causa. La esperanza de los desesperanzados, quienes podían hacer la diferencia como factor de cambio ante el abstencionismo que ya parecía endémico, no deviene de una mera promesa, sino de una intuición más romántica -quizá por ello más peligrosa-: la de la posibilidad de derrotar el miedo y la dificultad, pues esto tiene como efecto el orgullo digno, en cambio ¿cuál es el efecto de la bandera de la esperanza? Dejo esta polémica abierta en todo caso y resalto más bien que el análisis político se ha empezado a expandir al campo de la sensibilidad y de las disposiciones, ampliando con ello el panorama moral que trajo el giro emotivo más actual en las ciencias sociales, así como también el viraje objetivista que supone el concepto central de ‘experiencia’ en contraposición al noventero de ‘representación’ como unidad de realidad; discusión académica ésta, aunque interesante, un poco erudita.
El lema de la vida digna, mezcla de erudición popular latinoamericana, se ajustó a un molde nacional con el apelativo a la ‘sabrosura’, y no al patriotismo ni al nacionalismo vacuos, pues la eclosión había aflorado hace rato varias nacionalidades en la misma República; también la exclusión política había dejado entrever a una República sin Pueblo, bastante evidente durante el gobierno de Duque. Además la pandemia trajo a primer primerísimo plano el riesgo de extinción que colocó la vida en el centro de la atención. Y como ciudadanía indisciplinada y necesitada, fuimos pronto a la fiesta y a la socialización apenas notamos las contradicciones de la pandemia, así que estuvimos listos para seguir el pulso político que pusimos en pausa por la salud de todos. Por sociedad que seamos, somos manada también.
Aunque quiero dejar algo claro antes de avanzar a las contradicciones de esta ‘coyuntura’. El Acuerdo Nacional tiene un propósito estratégico: transitar hacia un nuevo clima político. Las reformas de fondo corresponden a otras lógicas y otros propósitos. Y seguramente algunos aspectos no deben descuidarse desde el campo popular y desde el bloque de poder progresista. Entre ellos se vislumbran algunos de carácter estructural para la República, otros coyunturales y otros nucleares para la humanidad. De entre las preocupaciones que afloren frente al ‘idilio progre’, surgirán los contrastes que delinearán las diversas visiones de futuro compartido, aún incierto y prematuro. Muchas de las preocupaciones que como ciudadanía tenemos después de la victoria progresista, son preguntas genuinas de la humanidad, sin solución aún. Otras son fantasmas del trauma autoritario.
Realmente disfruto posicionarme del lado de quien asume estas preguntas para solucionarlas, y no desde la inercia del opositor que se acostumbra al criticismo, políticamente correcto pero pragmáticamente tan incapaz. Lo importante es superar el sectarismo, no imponer un modelo de sociedad que al final nadie sabe a ciencia cierta mejor; y del cual solo intuimos algunas soluciones que también resultan estrechas ante una eclosión como esta. Vale recordar que optamos por ganar el partido al ‘Club de la Democracia Represiva’; que además lo hicimos en contra de todo pronóstico y con el arbitraje en nuestra contra, diez goles de desventaja, sin suplencia para la segunda vuelta, y muchas veces hasta sin aguatero. La hinchada al final hizo lo más importante: cinco elecciones seguidas de aumento de su participación electoral; una de las movidas de la sociedad que los políticos no notaron y que los pronosticadores no tuvieron en cuenta en sus análisis pesimistas**.
Por eso es importante esta juntura entre estoicismo y hedonismo, entre pragmatismo y utopismo, entre progresismo y populismo, entre Pueblo y Nación, País y Patria. Pues se amplían los marcos de la imaginación política. Seguramente los movimientos sociales deban acudir a la movilización para incidir en los debates parlamentarios, también la sociedad deba seguir erosionando el poder de la prensa de paga, las disposiciones políticas deban sintetizar nuevas sensibilidades acordes al futuro disputable. Pero por ahora parece que las ideologías no constituyen el único vehículo para tramitar la participación política. Con esa Colombia de cara al mundo actual me quedo, y ese es motivo suficiente para defender el Acuerdo Nacional como estación de escucha mutua, tan necesaria y ausente en la deliberación pública de nuestros días.
Algunos tejidos aún no conectan. ¿Qué pasará con el militarismo? ¿Cuánta capacidad de maniobra tiene el progresismo sobre la economía, para la procura del desarrollo humano universal y el mejoramiento de la calidad de vida de la población? ¿Cómo tramitar las diferencias en un Acuerdo Nacional? ¿Qué variabilidad climática soportará ese dispositivo de reconciliación política? ¿qué tanta pluralidad cabrá en la agenda de reformas? ¿que alcance tendrán esas reformas en el largo plazo y cómo resolverán las urgencias del corto? ¿Cuáles disposiciones se mantendrán al final de gobierno para que las reformas prevalezcan y no sean aplastadas por una alternancia de poder? ¿qué efectos tendrán en la composición política y económica de Colombia? ¿qué desarmonías resolverán en la sociedad? ¿en qué nuevos líos nos van a meter? Ninguna de estas cuestiones es fácil, por escueta que parezca.
Tampoco podemos acostumbrarnos a hacernos la vida difícil. Debemos ser inteligentes para saber discernir entre lo que es un efecto del trauma autoritario de nuestra democracia represiva, y lo que es un nuevo reto del momento progresista, de cara al mejoramiento de las condiciones de vida de la población, y también al establecimiento de una matriz energética que no rompa el equilibrio dinámico del ambiente. Las Ciencias pueden desempeñar un papel central si bien se mira, no solo las humanas que han aportado bastante a esto, sino las naturales que nos permiten fundamentar esas aspiraciones políticas en fundamentos biofísicos, los cuales redunden en la confluencia entre economía y ecología, tan esquiva a la mayoría de las ideologías; también entre festividad, afectividad y seriedad, lo que debe también ser reformado desde la sociedad.
En todo caso y no libre de contradicciones estructurales, pero con la madurez de propender por una regla básica de la política, nuestra especie parece que se ha arriesgado a mutar con el propósito de evolucionar manteniendo sus logros técnicos, y lo hace a través de la búsqueda de acuerdos entre los diferentes por lo fundamental. Y esto sucede en un contexto de latente amenaza de extinción y de crecientes brechas en la desigualdad. El impulso evolutivo no es otro que la mera y llana vida, las ganas de vivirla, que inmediatamente recuerdan su carácter autopoiético.
En el caso colombiano parece ser el impulso por la conquista de la alegría, la cual ha sido negada a la oposición política debido a la patanería de tantos gobiernos de derecha. Si hasta mataron la risa cuando asesinaron a Jaime. Y eso no ha sido reparado aún en la dignidad de su familia, pero desde ya la juventud asumió un camino para reparar la alegría arrebatada y reemplazarla por un digno canto de sabrosura.
Hago un llamado a los activistas y académicos a explorar la sensibilidad de los otros y no solo la propia, y tomarla como categoría de reflexión política. También a considerar los fundamentos biofísicos de las ideologías y de los sesgos cognitivos propios, no sólo los de los adversarios. Incluso a superar ese concepto transitorio de adversario, a medio camino entre la paz y la guerra, por uno de carácter propiamente político como opositor. Pero no a abandonar la polémica por miedo a deslindarse del lenguaje políticamente correcto, ni a retrasar la reconciliación con las inercias del sectarismo. Para conocer se requiere reconocer que lo que uno piensa puede ser simple y llana mierda. !Que lo educado no nos quite lo vulgar.
“Tierra mía, ya es el amanecer mira pal Sol”.
Cristian C. Cartagena
@comunindividuo
* ‘Limpia’ es un término coloquial usado para nombrar el ritual sincrético entre cristianismo y ancestralidad amazónica que supone la purga en la toma de Yagé.
** Esta tesis está mejor explicada en una columna anterior del 10 de Junio: https://www.radiomacondo.fm/columna/los-techos-y-suelos-de-petro-y-rodolfo-socio-politica-ramplona-de-unas-elecciones-ansiadas/