Leer es un poder
La periodista y columnista de El Espectador comparte su experiencia con la lectura. Un camino que empezó con las historias que le contaba de su bisabuela, los cuentos que le leía su madre antes de dormer, hasta convertirse en una lectora voraz.
Vengo de una familia de lectoras. Mi bisabuela, que nació en 1900 nos contaba que a sus 15 años se dio cuenta de que como era una mujer nadie le enseñaría a leer y escribir. Así que aprendió con el diario El Espectador y así también formó las fieras ideas políticas que le escuchamos toda la vida. Mi bisabuela nos dijo a todas (abuela, mamá y bisnieta, es decir, yo) que teníamos que leer. Era un derecho que ella se había ganado a pulso pero para ella era aún más que eso, era un poder. Así que en mi casa se leía todas las tardes, mi bisabuela leía el periódico, mi abuela novelas, y mi mamá muchos libros académicos. Yo por mi parte, decía que no podía dormirme sin que mi mamá me leyera un cuento, y eso hacía todas las noches al pie de mi cama. Yo llegaba a memorizar las historias página por página y después engañaba a los niños de la cuadra diciéndoles que ya sabía leer, y recitaba lo que había aprendido para descrestarlos.
Soy hija única y crecí en un mundo de adultos. A veces me costaba adaptarme a los grupos en el colegio (a los otros niños, con toda razón, los fastidiaba por ser una sabihonda) y entonces leía mucho más. Recuerdo a La historia interminable, uno de mis libros favoritos hasta la fecha, porque la vida de Bastián Baltazar Bux, un niño desadaptado que entretenía sus tardes soñando despierto con un libro entre las piernas, se parecía mucho a la mía, que en su versión tropical pasaba trepada a un árbol de mango en patio de la casa. Como tenía los mangos a la mano no me tenía que bajar ni dejar de leer.
Mi trabajo hoy es una sucesión sin fin de leer y escribir. Algunos dirán que me dedico a esto porque mi pobre coordinación motora era foco de burlas en el colegio, ni siquiera aprendí a montar bicicleta, no me quedó más remedio que leer. Es cierto. Pero leyendo suplía los límites que le ponía a mi cuerpo mi torpeza, conocía miles de mundos nuevos -ya sé que es un cliché, pero por algo es un cliché- y aprendía a ver mi mundo alrededor, que antes parecía pedestre, como un mágico escenario para la literatura. Entiendo por qué mi bisabuela nos decía que leer es un poder.
Por Catalina Ruiz Navarro
Fuente: mincultura.gov.co