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La verdad detrás de la muerte de Pablo Escobar

La verdad detrás de la muerte de Pablo Escobar - Sin-titulo

Informes policiales confidenciales atestiguan la participación de dirigentes políticos colombianos en la muerte del narcotraficante

Mucho se ha hablado, y aún más se ha escrito, sobre la muerte de Pablo Escobar Gaviria, el narcotraficante más famoso de todos los tiempos, quien el 2 de diciembre del año 1993 fuera tiroteado en un tejado de un exclusivo barrio de Medellín a los 44 años, cuando tras escapar de prisión el Gobierno conformó el denominado “bloque de búsqueda” que finalmente, y tras 17 meses de intenso rastreo, logró localizarlo.

Sobre la vida de Pablo Escobar aún quedan muchas lagunas y espacios que los informes oficiales publicados no han sabido dar respuesta, lo que ha llevado a lanzar la rumorología y a la utilización partidista del silencio oficialista para realizar señalamientos públicos motivados por diversos factores, pero ninguno de ellos sustentado por elementos que se correspondieran objetivamente a la verdad.

La versión más difundida de la muerte de Escobar, descrita en decenas de libros, series de televisión y películas es que las fuerzas del orden colombianas dieron con su paradero de forma más o menos fortuita, y que ante la resistencia del narcotraficante el comandante policial Hugo Aguilar tiroteo a Escobar.

Esta versión considerada como oficial, relata varios puntos de discrepancia con los relatores de la época, ya que sin pasar por alto que el propio Aguilar –quien llegase a ser teniente coronel y posteriormente gobernador del departamento de Santander- fue condenado por vínculos con el paramilitarismo en 2011, se omite por completo la participación de los agentes de la Administración para el Control de Drogas (DEA) y el Buró Federal de Investigaciones (FBI) que Estados Unidos envío a Colombia el mismo día de la fuga, como narran los periodistas Natalia Morales y Santiago La Rotta en su libro “Los Pepes”, cuando el presidente Gaviria pidió ayuda al embajador de Estados Unidos (en aquel entonces Morris Busby), y al día siguiente llegaron cinco aviones de la DEA con sofisticados equipos para interceptar llamadas telefónicas y reconocimiento de voz para apoyar al Gobierno tras las críticas por la fuga de Escobar y sus hombres de La Catedral, como se llamaba el centro penitenciario donde el narcotraficante pasó 13 meses bajo detención negociada con las autoridades, y el cual se construyó el mismo a su antojo.

EL VERDADERO PODER DE PABLO ESCOBAR

A pesar de su ratera muerte en un tejado, no podemos olvidar que estamos hablando de un hombre que llegó a amasar una gran fortuna proveniente del tráfico de drogas, tasada por la revista “Forbes” en 3.500 millones de dólares a finales de los años ochenta, y que invertía grandes recursos en “dar plomo” a sus enemigos y desacreditar a quienes no era capaz de asesinar, o simplemente no le interesaba hacerlo.

Entre sus objetivos prioritarios se encontraban policías que no acataban el estatus de corrupción generalizada que se vivía en el país andino, miembros de otros grupos narcotraficantes enemigos del Cartel de Medellín, o políticos que no se dejaron sobornar ni amedrantar, principalmente a los que establecieron algún tipo de posicionamiento favorable respecto a la extradición de narcotraficantes a los EE.UU para ser juzgados sin presiones.

En 1986, los capos reunidos en el cartel de Medellín crearon el grupo «Los extraditables», para enfrentase directamente al Gobierno colombiano y exigir que no se firmara un acuerdo con las autoridades estadounidenses. Para aquellos traficantes encabezados por Pablo Escobar, el peor escenario imaginable era la captura y el envío a prisiones en el norte, donde carecían de control y capacidad de soborno.

«Preferimos una tumba en Colombia que una cárcel en Estados Unidos» fue una de las sentencias de Escobar en esa lucha, donde los narcos usaron violencia desmedida contra la población civil y figuras de relevancia nacional tratando de doblegar a las autoridades políticas.

ACOSO A LOS ENEMIGOS DEL CARTEL

Entre las familias que sufrieron este acoso del narcotráfico en los años 80 y 90 nos encontramos apellidos reconocibles y vinculados a una larga historia política del país, como los Ospina o los Pastrana, quienes habían mantenido un posicionamiento histórico contra las prácticas mafiosas y la corrupción, mostrándose públicamente convencidos del elemento fundamental que suponía la extradición de los caballeros de la muerte.

Un verdadero punto de inflexión en la familia Ospina se produjo el 20 de junio de 1987 en Guaymaral. La familia se encontraba reunida en esa jornada tras asistir al entierro de Gonzalo, el hijo menor del ex presidente conservador Ospina Pérez y doña Berta, quien falleció con motivo de una embolia.

Tras la concurrida ceremonia se dirigieron a almorzar a un popular restaurante llamado Aero-Burger, estando entre los presentes incluso niños de muy corta edad. Mientras la familia al completo se encontraba dentro se bajaron varios sicarios de dos vehículos apostados en la puerta, quienes abrieron fuego de forma indiscriminada. Pablo Escobar se la tenía jurada a la familia Ospina Baraya, quienes paulatinamente sucumbieron a estas amenazas del narcotráfico para autoexiliarse en Europa o EE.UU, pero no sin antes decir la última palabra.

UN APELLIDO MANCHADO POR EL DINERO DE LA COCAÍNA

Como antes exponía, a quienes Pablo Escobar y sus pistoleros no logran matar los manchaban para menoscabar su reputación logrando así un daño en su imagen y credibilidad, generándoles un negativo impacto social. Por ello desde ese momento la estrategia del narcotraficante fue la de manchar la reputación de cada uno de los miembros de estas familias (políticos, empresarios o meros trabajadores), utilizando para ello sus lazos con la prensa que, según informes sensibles, se financiaba con el dinero de la exportación de cocaína, principalmente de los Estados Unidos, donde se llegaron a transportar 15 toneladas diarias según el periodista Loan Grillo

Ejemplo de esta connivencia, entre dinero negro y prensa, tenemos como el 19 de abril de 1983, en su sección Perfil, la revista Semana publicó el primer artículo en el que se mencionó a Pablo Escobar. El artículo fue titulado: “Un Robín Hood paisa” y la columna hacía alabanza de las labores sociales del capo y de la admiración que causaba entre la población humilde de Medellín. No fue la última vez que la revista Semana blanqueo a Escobar y sus intereses en sus crónicas, como sucediera tras el asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla y la posterior exoneración de Pablo, cuando según investigaciones publicadas por Semana, la decisión del Tribunal correspondía a que no existían pruebas legalmente constituidas, así como tampoco había ningún testimonio que comprometiera al capo (Semana 1986, 10 al 16 de junio).

Pero Semana en los años de plomo, no fue la única publicación que miraba para otro lado ante los evidentes señalamientos que apuntaban directamente a Pablo Escobar y sus acciones vinculadas al tráfico de drogas, y aunque finalmente rectificó su línea editorial, mantuvo una tibieza inusual en los años más fuertes del Cartel de Medellín que contrastaba con el arriesgado trabajo periodístico de otras rotativas como El Espectador, un trabajo que le costó la vida a profesionales de la comunicación como Héctor Giraldo Gálvez, abogado de la familia Cano y periodista del diario.

No se puede omitir que, de acuerdo con informes de la DEA y las autoridades colombianas fechados en 1988, la red de colaboradores de Escobar, en Medellín y otras ciudades, estaba conformada por un grupo de 18 mil hombres, desde contactos y guardaespaldas, hasta sicarios. Por tanto sobra pensar que tan frondosa lista no englosara a un buen puñado de periodistas, como sucediera con la estrella en la Colombia de los 80, Virginia Vallejo, quien mantuvo una relación sentimental con Pablo Escobar durante cinco largos años que ella misma reconoce en una entrevista en el diario La Vanguardia el 31 de marzo de 2018, afirmando que “Primero me salvó la vida, luego borró las deudas de mi compañía, me envió mil orquídeas ¡y me consiguió el divorcio exprés de David Stivel, alguien tan importante en Argentina!”. La periodista, ahora residente en EE.UU, además señala abiertamente en la citada entrevista a compañeros suyos de “intentar matarme” en el año 2008 cuando se dirigía al consulado para testificar por dos casos relacionados con el narcotráfico abiertos. “Un coche me atropelló y acabé en el hospital. ¿Quién fue el responsable? Creo que intentó acabar conmigo el gobierno colombiano y los medios de comunicación”, afirmaba Vallejo diez años después de los hechos señalando la connivencia que un amplio sector de la prensa colombiana ha mantenido durante largos años con los narcotraficantes, convertidos en protectores cuando no financiadores de sus publicaciones, como todo parece apuntar que vivió la propia Virginia Vallejo.

EL INFILTRADO DE LA DEA QUE ACABÓ CON ESCOBAR

Pero retomando el desdén, siendo condescendiente, que Escobar sentía por la familia Ospina es imposible pasar por alto la muy cuestionada doble identidad que adquirió el menor de los Ospina Baraya, Rodolfo, conocido en su infancia cómo “Chapulín”, quien pasó a cambiarse el nombre por, Juan Diego Ospina para esquivar la muerte que le juró Escobar y algunos de los lugartenientes más peligrosos del Cartel de Medellín en los años 80.

Durante años se señaló sin pruebas, ni reportes judiciales, ni tan siquiera un informe policial que le involucren como narcotraficante colombiano perteneciente al cartel de Medellín, Rodolfo Ospina Baraya, nieto del ex presidente conservador Mariano Ospina Pérez, se vio en la obligatoriedad de desaparecer tras participar en varios operativos policiales junto con la fiscalía colombiana, y la DEA, el cual precisamente finalizó con la muerte de Escobar, poniendo punto final así al reinado de terror del narcotraficante más buscado del mundo.

Informes clasificados señalan que gracias a la familia Ospina Baraya se materializó información crucial para la DEA del paradero de Escobar y decenas de corruptelas, identificaciones de asesinos… desmontando las teorías que atestiguan que fue la casualidad de un vehículo de radio que por arte de magia captó la voz de Pablo Escobar en una llamada familiar, ni mucho menos se localizó al capo por un vecino que lo reconoció y alertó a la policía. Informes de inteligencia conocidos posteriormente junto con las manifestaciones de ex agentes, corroboran que fue el aviso de un ciudadano colombiano, fuertemente vinculado con el fiscal general de Colombia en aquellos años, quien consiguió información desde dentro del cartel de Medellín, lo que puso punto final a este espacio de terror.

Pero: ¿qué pruebas hay de la inocencia de Rodolfo Ospina Baraya respecto de los múltiples hechos criminales realizados por Escobar y el cartel de Medellín? Pues ante la imposibilidad de que los informes oficiales de la DEA vean la luz, pero de igual manera encontrándonos ante la ausencia total y rotunda de cualquier prueba acusatoria contra él (más allá de recortes de prensa de los años 80 construidos sin soporte ni tan siquiera citar una fuente fidedigna) ninguna prueba aporta más veracidad que el asesinato de su propio hermano, un hecho que desenreda la madeja, y es irrefutable: Escobar asesinó a Lisandro Ospina, una víctima inocente del terror del narcotráfico colombiano.

EL ASESINATO DE LISANDRO OSPINA BARAYA CIERRA LA ECUACIÓN

El menor de cinco hijos del ex director de la Caja Agraria, Mariano Ospina y nieto de la veterana líder política Bertha Hernández de Ospina, Lisandro Ospina, de 30 años, fue secuestrado por los hombres de Pablo Escobar el 4 de diciembre de 1992 en Bogotá, cuando visitaba a su novia. Cuatro meses después Ospina recibió dos impactos de bala de uno de sus captores cuando un comando de quince hombres intentó rescatarlo, de forma infructuosa, de una residencia del barrio Normandía (Bogotá). Un secuestro producto de la estrategia de Escobar para obligar a su hermano Rodolfo a que se alejara de la fiscalía general de la Nación y la DEA, ya que sus informaciones estaban dando los resultados no logrados durante años, y por las cuales se encontraba en Estados Unidos, precisamente bajo el sistema de protección de testigos, y nunca jamás cómo investigado o miembro de haber participado en ninguna actividad criminal.

El asesinato de Lisandro Ospina conmocionó el país, que mostró su apoyo incondicional a los Ospina Baraya. En cualquier caso, este asesinato de un inocente, arroja luz a las presiones que el cartel de Medellín protagonizaron contra la familia Ospina Baraya, señalados primeramente por el Cartel al no doblegarse políticamente, y siendo objetivo furibundo de Pablo Escobar al verse engañado por la información que se dio a la DEA y que podía delatar sus movimientos, asesinatos y vínculos del narcotraficante con las altas esferas.

¿POR QUÉ LA DEA Y LA FISCALIA COLOMBIANA ELIGIERON A RODOLFO?

Aquí nos tenemos que remitir a las informaciones de Inteligencia que lanzaron en aquellos años los departamentos de seguridad y las agencias extranjeras, donde informes oficiales del “Bloque de Búsqueda” de la policía citan su apodo “Chapulín” así como exponen la fortuna de la que gozó logrando salir ileso de varios atentados. Dichos informes adquieren una especial relevancia no solo por confirmar la participación de Rodolfo en la búsqueda y captura de Pablo Escobar, sino que descartan que, como posteriormente se barajó, este fuera un “chivato” al servicio de “Los Pepes”, sino que los nexos de “Chapulín” con el cartel de Medellín fueron vía el Fiscal General Colombiano, Gustavo de Greiff, no teniéndose la certeza (y siendo muy probable por el devenir de los acontecimientos que se vivieron y la protección final que le otorgó la DEA fuera del país) si entre la fiscalía, o la propia policía, se filtraron informaciones sensibles facilitadas por este informante, que finalmente le delataron dejándole en una situación muy compleja y que pudo ser el revulsivo del secuestro y asesinato de su hermano.

En cualquiera de los casos es complicado comprender como pudo librarse Rodolfo, ya no solo de una condena sino de cualquier juicio, más que siendo el infiltrado de la DEA en el Cartel de Medellín, ya que con el paso de los años continúan sin aparecer ni un solo lazo documental que soporte las acusaciones de un sector concreto de la prensa (coincidente con quienes se posicionaron de perfil al escribir sobre Pablo Escobar en sus columnas) contra este miembro de los Ospina. Sin embargo, si sopla el viento a su favor al analizar que el gobierno de los EE.UU le ofreciera asilo, y que en su expediente no se encuentre anotado delito alguno o acuerdos de fiscalía para librarle de esos supuestos delitos. Rodolfo es hoy, y fue ayer, un hombre sin cargos demostrables, solo acusado a golpe de titular financiado, con total probabilidad, por dinero corrupto.

Es más, si nos remitimos a los nombres que se recogieron en el decreto 1833 de noviembre de 1992, a través del cual el gobierno colombiano determinó la concesión de beneficios específicos para quienes ayudaran a desmantelar al cartel de Medellín a través de información veraz y demostrable, salen a la luz personajes conocidos como “Los doce del patíbulo”: Luis Enrique Ramírez Murillo (alias Micky); Armando Muñoz Azcárate; Gustavo Tapias Ospina; Eugenio León García Londoño; Benito Antonio Maineiri; Guillermo de Jesús Blandón; Hernán Sepúlveda Rodríguez; Luis Giovanni Caicedo Tascón; Pablo Enrique Agredo Moncada; Frank Cárdenas Palacio; Gabriel Puerta Parra y Luis Guillermo Ángel Restrepo. Pero la lista oficial del gobierno colombiano acaba sin rastro del señalamiento primario que se materializaba contra Rodolfo Ospina Baraya, quien solo aparece mencionado en los documentos clasificados de la DEA, con un tratamiento especial, y en comunicaciones con la fiscalía general.

Poco antes del año 2017 el Instituto de Estudios Políticos de Estados Unidos (IPS), asociados con un bufete de abogados, interpusieron una demanda contra la CIA ante una Corte Distrital de Washington para que se entregase toda la información sobre la colaboración que existió entre algunos ciudadanos colombianos y EE.UU al margen del decreto 1833. Aunque tal petición quedó sin respuesta por parte de la Agencia Central de Inteligencia, enterrando cualquier posibilidad real de conocer cómo se fraguó y gestó el trabajo de Rodolfo Ospina Baraya como pieza clave para acabar con Pablo Escobar y sus mercenarios.

ATANDO CABOS: LA PERVERSIÓN PERIODÍSTICA EN LA CONDENA A MARIANO OSPINA BARAYA

La misma prensa que santificó a Pablo Escobar era la que curiosamente arremetía contra los Ospina y otras familias contrarias al régimen del miedo instaurado por el narcotráfico, por ello no es de extrañar que con la teoría de cuerdas una condena en los EE.UU contra Mariano Ospina Baraya por un delito económico, consistente en irregularidades contables al efectuar la compra de una finca, el sensacionalismo mediático aprovechara la ocasión para convertir esta sentencia en una condena por narcotráfico, algo que posteriormente fue utilizado para vincular periodísticamente al apellido con el Cartel, pero que jamás se presentó la citada condena. Una auténtica “Fake News” del momento que engorda las falacias de la prensa contra los Ospina, sobre quienes no se fecha ninguna sentencia relacionada al narcotráfico.

EL EXILIO DE LOS OSPINA

A pesar de la caída del régimen de terror, el narcotráfico y la violencia no habían sucumbido en Colombia, como mucho podríamos hablar que el epicentro se había desplazado de Medellín a Cali, pero el precio que la familia Ospina había pagado era muy alto en sangre, humillaciones públicas (que aún hoy se mantienen) y pérdidas económicas, un balance que no les hacía sentirse a salvo en su propia tierra, donde tres generaciones habían copado lo más alto de la política.

Motivo de todo ello paulatinamente la familia emprendió una forzada marcha que recayó principalmente en EE.UU y Europa, desde donde han emprendido diferentes negocios exitosos que les ha permitido no solo revertir sus beneficios en el país andino y reconstruir lazos comerciales mediante la implantación de empresas en su tierra, sino que con el paso de los años, y la normalidad social que se vive en Colombia, no son pocos los miembros que han regresado al país donde su antepasado Mariano Ospina Rodríguez fundó el Partido Conservador.

 

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